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Aléjese de la gente problemática. Lea con atención, aléjese de la gente problemática al menos si tiene la oportunidad de hacerlo. No hay peor cosa que el tener que convivir, trabajar, estudiar e incluso ser parte de una amistad con una persona que sea problemática, aunque se los puede manejar pero sólo si tienen la capacidad de lidiar con ello.
Desde mi punto de vista, el problemático siempre tiene la razón aun no tenga bases para ello, así como también para ellos nada está bien incluso ven lo que ellos quieren ver así le expliquen que no es así. En realidad los problemáticos son totalmente normales porque ese es el mundo que ven frente a sus ojos.
Para ellos es suficiente que alguien les diga algo contrario a lo que piensan como para estallar en furia o cerrarse a la razón, así lo estén viendo que no es así aunque claro que para las personas que usan su sano juicio, es alarmante ver a una persona cerrada de mente porque no es su mundo en el que viven.
Hay personas que cuando se toman unas cervezas están totalmente relajadas pero se necesita que algo no esté bien como para que se altere. Este es un caso parecido, un señor, en un barrio tenía fama de ser muy buena gente mientras estaba sobrio, mucha gente lo aprecia y tiene por costumbre conversar con todos pero, cuando la gente lo ve que se sentó a beber, todos se alejan y tratan ni siquiera de mirarlo.
Aléjese de la gente problemática
El problema es porque cuando bebe este señor se transforma y tiene un récord de pegarle a mucha gente, por el hecho que de pronto conversando muy tranquilo, algo le cayó mal de la persona que estaba con él y no espera más y le da un golpe de puño, siempre en la cara. Esta reacción ha hecho que la gente se aleje pero sólo cuando bebe.
Este señor le ve problema a todo y en esto hay que tomar en cuenta una razón de por qué este señor actúa así con las personas, al menos desde mi punto de profesional lo veo como que este señor tiene un problema de actitud que se hace evidente con él alcohol, por el simple hecho de que es el único medio que saca a relucir lo que tiene escondido en su mente.
Ahora, todo problemático tiene un detonante y el que detona es justamente otro problemático aunque no se vean así pero eso es. Explico, si yo digo que el cielo es verde y estoy con ganas de pegarle al primer tonto que se me aparezca, es claro que yo lanzo el anzuelo y eso es una actitud inconsciente, cómo para que alguien lo agarre.
Entonces si usted que es otro que le encanta ser problemático me dirá a mí que el cielo es azul, por lo tanto, como yo necesito que me den empuje sigo diciendo que el cielo es verde pero, como usted no es ningún «Tonto» se le cierra la mente y me insiste que es azul, entonces (qué más quiere el pato que lo tiren al agua) no digo nada porque mi puño ya está en su cara.
¿Quién es el problemático?
Ahora la pregunta, ¿Quién es el problemático, que en este caso viene a ser yo o el otro que me insiste en algo que es evidente lo que es? Lo que sí es práctico que para un problema se necesita una razón que la origina, en este caso es de dos puntos primero se necesita del punto en sí y segundo de quién lo quiere ver así.
Por lo tanto, si yo que me jacto de ser inteligente y me doy cuenta que el cielo no es verde, pienso que alguien tiene un problema y el que lo saque a la luz no voy a ser yo, entonces digo «Ah, no me había dado cuenta» y me retiro tranquilo sin tener problemas con nadie ni tampoco los he creado con el cierre de mi mente, entonces para el bien de todos aléjese de la gente problemática.
¿De donde nace la agresión que tiene una persona hacia los demás?
La agresión en una persona hacia los demás tiene raíces profundas y complejas que pueden rastrearse en una combinación de factores biológicos, emocionales y sociales. No es un comportamiento que surja de la nada, sino que generalmente tiene su origen en experiencias pasadas, conflictos internos y estímulos externos que moldean la manera en que alguien reacciona ante el mundo.
Desde una perspectiva biológica, el cerebro humano está diseñado para reaccionar ante amenazas mediante mecanismos de lucha o huida. Este instinto, que alguna vez fue crucial para la supervivencia, puede manifestarse en la vida moderna como agresión cuando una persona se siente acorralada, insegura o sobrecargada de estrés.
Las hormonas como la adrenalina y el cortisol, que se liberan en situaciones de tensión, aumentan la predisposición a responder con violencia si alguien percibe que está bajo ataque, incluso cuando no es así. La agresión también puede tener raíces emocionales que se gestan en la infancia.
Personas que han crecido en entornos donde la violencia era frecuente, ya sea física o verbal, a menudo internalizan esos comportamientos como respuestas normales ante conflictos. El maltrato, el abandono y la falta de amor o atención durante los primeros años pueden dejar una profunda herida emocional que se manifiesta más tarde en la vida como enojo reprimido o resentimiento hacia los demás.
Una persona herida puede sentir la necesidad de proyectar su dolor hacia afuera, buscando aliviar su propia carga interna mediante actos de agresión. A nivel social, la violencia puede ser alimentada por el entorno y las normas culturales que una persona aprende a lo largo de su vida.
La agresión y lo que se cree como masculino
En algunas sociedades, la agresión se percibe como un signo de fortaleza o masculinidad, y esto lleva a que algunos individuos adopten comportamientos violentos para reafirmar su posición o demostrar poder. En otros casos, la desigualdad, la discriminación o la exclusión social pueden actuar como catalizadores para que una persona desarrolle una actitud hostil hacia el mundo.
La frustración acumulada por no sentirse aceptado o respetado puede convertirse en un motor para conductas agresivas. Es importante resaltar que la agresión no siempre es un acto premeditado. Muchas veces, quienes actúan violentamente lo hacen impulsados por emociones intensas que no saben cómo manejar.
La ira, el miedo y la frustración son emociones poderosas que, cuando no se gestionan adecuadamente, pueden conducir a acciones destructivas. La falta de habilidades emocionales para procesar y comunicar lo que sienten hace que recurran a la agresión como una salida rápida para liberar tensiones, aunque a menudo termine empeorando sus relaciones y su entorno.
Contrario a lo que pueda parecer, la actitud violenta no es un reflejo de verdadera valentía o fuerza. De hecho, la violencia suele ser una máscara que oculta inseguridades y vulnerabilidades. Las personas que recurren a la agresión para resolver problemas o imponerse a otros a menudo lo hacen porque carecen de otras herramientas para enfrentar sus desafíos.
En lugar de confrontar sus propios miedos, recurren a métodos destructivos para evitar sentirse débiles o inadecuados. Ahora, en este sentido, la agresión es más una señal de debilidad emocional que de fortaleza. En algunos casos, quienes actúan con violencia pueden buscar el reconocimiento o la validación de los demás.
Cuando se cree que ser violento es ser valiente
Esto es especialmente cierto en situaciones donde la agresión se utiliza como medio para ganar estatus o respeto dentro de un grupo social. La idea de que ser violento equivale a ser valiente es un mito que perpetúan ciertas narrativas culturales, pero en realidad, la verdadera valentía radica en la capacidad de resolver conflictos de manera pacífica y constructiva.
Afrontar las propias emociones y trabajar en los problemas internos requiere mucho más coraje que ceder al impulso de agredir a otros. Las personas violentas no necesariamente disfrutan de serlo. Para muchos, la agresión es una respuesta aprendida o una reacción automática ante situaciones que perciben como amenazantes.
Sin embargo, es posible romper este ciclo mediante el desarrollo de habilidades de autoconciencia y regulación emocional. Entender de dónde proviene su enojo y aprender a expresar sus emociones de manera no agresiva puede ayudarles a construir relaciones más saludables y significativas.
En esencia, la agresión es un síntoma, no una causa en sí misma. Es el resultado de una combinación de factores que, cuando se entienden y se abordan, pueden cambiar. Nadie nace violento; las experiencias de vida y las circunstancias moldean la manera en que las personas reaccionan ante el mundo.
La clave está en ofrecer apoyo, educación y herramientas que permitan a quienes luchan con estos comportamientos encontrar formas más saludables de relacionarse con los demás y con ellos mismos. He sido testigo de como personas que en apariencia son fuertes, pero en el momento cuando se dan cuenta que los demás son fuertes de verdad, ellos pasan a ser los flojos sin que nadie los empuje.