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Cuando nos equivocamos no queremos admitir que cometimos un error, bueno no voy a excluirme, admito que también he estado en esos momentos críticos, pero he reflexionado. He pensado sobre el asunto y me di cuenta, que uno pierde más quedándose callado, poniendo la cara de concreto, que admitir que nos equivocamos.
Qué difícil es decir; lo siento, discúlpenme, perdón o lo que quieran decir. El disculparnos ante los demás, no sólo le estamos demostrando nuestra educación, que de paso enaltecemos a nuestros padres por habernos enseñado.
Con esto aparte de evitar un roce que puede ocasionar un problema, lo que se hace es demostrar respeto hacia la persona que va dirigida y eso es más grande que decir «Buenos días». Créanlo o no, cuando nos disculpamos no sólo quedamos bien ante los demás ¡Ganamos credibilidad y confianza!
Cuando nos equivocamos
Es simple, todos los que nos llegan a conocer y saben que nosotros admitimos nuestros errores, no dudarán en confiarnos algo, sea lo que sea ¿Acaso no es méritos como para llegar al éxito? Hace unos meses atrás, hice una compra por Internet y me mandaron algo que ni siquiera tenía relación a lo que pedía. Ya pueden imaginar al cavernícola que salió de mi interior mental.
Hice un comentario en la página web, diciéndoles de cómo iba a ser su futuro, claro que con palabras de etiqueta, al menos no acostumbro a usar palabras de puerto. Ya desilusionado, me resigne al bautismo que me hicieron en la red (estafa).
Dejé pasar el tiempo, y de vez en cuando revisaba la página para saber si habían contestado a mi comentario, pero nada que ver. De pronto recibo un e-mail, era de un señor que me decía que es el webmaster de la dichosa página.
En el mensaje me decía lo mal que se sentía. No sé si ustedes se han dado cuenta que cuando leen algo, al menos un e-mail se pueden dar cuenta de cómo es la persona que le envía, es por su forma de escribir. El caso es que se disculpó de las mejores formas, admitiendo que había un error pero, nunca admitió que fue su error, si no del autoresponder.
Como buen caballero que soy, acepte sus disculpas y también me disculpé por mis escritos, que tiene que haberle llegado hasta la misma crisma. Lo bueno de esto es que quedamos como amigos y no sólo eso, se comprometió ayudarme en los negocios en la red, al menos yo confío en él y hasta aquí me ha mandado información valiosa y sin costo.
En cierto modo esa forma de disculparse es buena porque no conocemos al que lo está diciendo, pero también se la puede aplicar delante de las personas, siempre y cuando se pueda hacerlo ya que no podemos arriesgarnos a quedar como avivato, se perdería más que cuando nos equivocamos.
¿Por qué la resistencia de no aceptar que cometimos un error?
La resistencia a aceptar que hemos cometido un error es un fenómeno profundamente humano que combina emociones, creencias y temores que hemos desarrollado a lo largo de nuestra vida. Cuando alguien enfrenta la posibilidad de admitir un error, surge una barrera emocional que puede estar ligada a varios factores, como el miedo al castigo, la vergüenza, la necesidad de preservar una imagen personal o el simple ego.
Estas respuestas no son aleatorias; están conectadas con nuestras experiencias pasadas, nuestro entorno y la forma en que hemos aprendido a lidiar con los fracasos. Desde pequeños, muchas personas crecen en un entorno donde cometer errores se castiga más que se comprende.
En lugar de ser vistos como una oportunidad para aprender, los errores se asocian con consecuencias negativas. Tal vez un maestro, un padre o una figura de autoridad nos corrigió de manera dura, haciéndonos sentir que equivocarnos era inaceptable.
Esa experiencia temprana puede dejar una marca duradera, llevándonos a desarrollar una aversión al error y a cualquier cosa que lo relacione. Por eso, cuando alguien señala que nos equivocamos, nuestra reacción inicial puede ser negarlo, ya sea para evitar el juicio externo o para protegernos de las emociones desagradables que surgen al enfrentarlo.
El miedo al castigo juega un papel central en esta resistencia. Muchas personas evitan aceptar un error porque temen las repercusiones, que pueden ir desde críticas hasta sanciones severas. Incluso si el castigo no es físico o tangible, la sola posibilidad de enfrentar el rechazo social o una disminución en la percepción que otros tienen de nosotros puede ser suficiente.
En nuestra mente, la idea de admitir un error puede sentirse como abrir la puerta a una vulnerabilidad que otros podrían aprovechar, lo que nos lleva a optar por defendernos, aunque sepamos internamente que estamos equivocados.
Cuando nos equivocamos: Las equivocaciones y el ego
Sin embargo, no siempre es el miedo al castigo lo que nos detiene; a veces es una cuestión de orgullo o ego. Reconocer que hemos cometido un error puede interpretarse como una herida a nuestra autoestima. Admitirlo podría hacernos sentir incompetentes o menos capaces, especialmente si nos hemos acostumbrado a proyectar una imagen de perfección.
Para algunas personas, el ego actúa como un escudo que protege una identidad cuidadosamente construida. Aceptar un error podría ser percibido como una grieta en esa imagen, algo que el ego no está dispuesto a permitir. La influencia de la educación y la cultura también es significativa.
En algunos entornos, las personas son enseñadas a evitar los errores a toda costa. Se les dice que equivocarse es una señal de debilidad o de falta de inteligencia. Esto refuerza la idea de que el error debe esconderse, ignorarse o justificarlo en lugar de abordarlo con honestidad.
En otros casos, la cultura puede exaltar el perfeccionismo, haciendo que admitir un error se sienta como un fracaso total en lugar de un paso en el camino hacia el crecimiento. Además, existe un componente social en esta dinámica.
La percepción que los demás tienen de nosotros puede influir enormemente en nuestra disposición a aceptar un error. En situaciones donde sentimos que nuestra reputación está en juego, la resistencia aumenta. Queremos ser vistos como confiables, competentes y dignos de respeto, y admitir un error puede parecer una amenaza a esa percepción.
En un entorno competitivo, donde el error se percibe como una desventaja, es aún más probable que alguien niegue su responsabilidad por temor a perder estatus o reconocimiento. Otro factor que alimenta esta resistencia es la necesidad de justificar nuestras acciones.
La racionalización y las equivocaciones
La mente humana tiene una habilidad natural para racionalizar los comportamientos y decisiones, incluso cuando sabemos que hemos fallado. Esta racionalización nos permite protegernos de la culpa y de las emociones negativas asociadas con el error.
En lugar de aceptar la responsabilidad, podemos buscar explicaciones externas, como culpar a las circunstancias, a otras personas o incluso al azar, todo con tal de preservar nuestra imagen interna. El miedo al cambio también juega un papel importante.
Reconocer un error a menudo implica enfrentar la posibilidad de que necesitamos ajustar algo en nosotros mismos: una creencia, un hábito o una forma de actuar. Este proceso puede ser incómodo porque nos obliga a salir de nuestra zona de confort y confrontar aspectos de nosotros mismos que preferiríamos evitar.
Negar el error nos permite mantener el status quo, evitando la incomodidad que acompaña al crecimiento y la transformación personal. Por otro lado, existe la posibilidad de que algunas personas se resistan a aceptar errores porque han sido condicionadas a creer que no cometen errores.
Esto puede suceder en casos donde alguien ha sido constantemente elogiado o protegido de las consecuencias de sus acciones. Si una persona nunca ha tenido que enfrentar las implicaciones de un error, puede desarrollar una percepción de invulnerabilidad o perfección que la hace incapaz de reconocer fallos, incluso cuando son evidentes para los demás.
Ahora bien, en situaciones donde alguien no acepta una acusación por algo que hizo mal, las motivaciones pueden ser variadas. Podría ser el miedo al castigo, como en los casos en que se espera una reprimenda, un despido o incluso un juicio moral.
El ego
Pero también puede tratarse de ego: una necesidad de proteger la imagen que tienen de sí mismos y que otros tienen de ellos. La resistencia podría ser más fuerte si la acusación afecta directamente su identidad o valores fundamentales.
En esos casos, admitir un error no solo implica reconocer una falla en una acción, sino también cuestionar una parte central de quiénes son o lo que representan. Tomando el ejemplo de alguien como Sir Lustig, un famoso estafador conocido por vender la Torre Eiffel, surge una reflexión interesante.
Él sabía que sus acciones eran moralmente incorrectas y que, eventualmente, podrían salir a la luz. Sin embargo, parece que la vergüenza no fue un obstáculo para él, probablemente porque su ego y su habilidad para justificar sus acciones superaban cualquier temor al juicio externo.
Para personas como Lustig, el riesgo de ser descubierto no era suficiente para detener sus acciones, y su capacidad para racionalizar sus decisiones les permitía seguir adelante. Esto demuestra que la resistencia a aceptar errores o culpas no siempre está impulsada por el miedo al castigo; en ocasiones, es simplemente una manifestación del ego llevado al extremo.
En conclusión
La resistencia a aceptar que hemos cometido un error es un fenómeno complejo que se nutre de una combinación de miedo, orgullo, condicionamiento social y mecanismos de defensa psicológicos. Aceptar un error requiere vulnerabilidad, algo que muchas personas encuentran desafiante porque implica enfrentarse a sus miedos, a su ego y, en ocasiones, a su identidad misma.
Sin embargo, reconocer nuestros errores es un paso esencial para el crecimiento personal y la mejora de nuestras relaciones con los demás. Cuando aprendemos a aceptar nuestras fallas con humildad, abrimos la puerta a nuevas oportunidades para aprender, sanar y construir un sentido más auténtico de quiénes somos.