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No es lo que parece, es un título tan simple cómo sencillo y así mismo, lo considero con la mayor parte de las cosas que nos pasan a todos en la vida. Pensé en este artículo por un vídeo que vi en YouTube y todo por una consulta que atendí, el caso es que me hizo reflexionar sobre los problemas que en sí no son, lo que son es cómo lo queremos ver.
Tenemos la mala costumbre y el poder de hacerlos muy grandes aunque sean una simple cosita. En lo personal y en mi caso muchas veces caigo en el mismo rumbo, claro que con la diferencia que puedo darme cuenta de lo que está pasando y, cambio el rumbo lo más rápido que pueda para que no me haga daño.
Los problemas causan daño
Es muy fácil hacerse daño con un problema y a veces muy grave. Ese caso le pasó a un cliente bueno, en ese momento no lo era fue después cuando todo se hizo y reverendo problema, el caso es que él tiene una especie de oficina y muchos clientes pero en el sector vive una familia que cae mal a cualquiera.
Según tengo entendido que ellos o sea los del sector no saludan con nadie, pienso que creen que son mejores que todos pero, no tienen por donde y empezando por su educación y terminando por lo económico. Ahora, resulta que de un momento a otro mi cliente empezó a fijarse en ellos por no sé qué, ocasionándole malestar en su mente.
Cómo lo conocía me conversó lo que le estaba pasando y como respuesta fue «No le haga caso señor, mírelo como que fuera otra persona porque de esa forma se acostumbra y ya no le molesta lo que él haga» pero como siempre hay personas que creen saber más y siguió con el tema que según mi observación, fue él mismo el que se originó el problema.
El caso es que le molestaba todo lo que hacían las personas del sector, hasta porque caminaban por la acera donde está su oficina, según él, hasta escupían en el piso en dirección de él. La verdad es que cuando a uno se le mete un bicho en la mente, ese bicho se multiplica al extremo de hacerse algo crónico y a veces se llega a la tragedia.
Un buen consejo
Todo por no tomar atención. Cierto día me busca para decirme que le va a caer a golpes en especial le va a dedicar patadas en la cabeza, la verdad yo me sonreí porque pensé que era de broma y como siempre, le aconsejé que pensara mejor en llevar a su esposa a un paseo en vez de estar planeando hacer daño a los demás.
Ese día, ya entrando la noche, se armó el consabido combate y el resultado fue que el único golpeado y lastimado fue el que estaba buscando la pelea. Ahora, aquí viene «No es lo que parece» después de los golpes que cómo ya saben sólo hubo un perdedor, los dos alegaban hostigamiento de la misma forma cómo el otro lo decía.
Es decir en este caso, lo que hacía el uno el otro lo interpretaba cómo ataque pero con la diferencia que no lo hacía. Al sentir el ataque el ofendido respondía de la misma forma, en total se la pasaban así un buen tiempo hasta que pasó lo que pasó. ¿Quién empezó? Lo que sí digo es que uno quiere ver lo que quiere ver.
Y si veo en el peatón que me miró con odio pues eso es lo que veo, pero resulta que el peatón tiene esa manera de mirar, es decir, así aprendió a mirar pero eso no lo hace culpable de grosero y en último caso, si usted quiere vivir en paz no interprete las cosas a su manera porque es mejor que el otro, si es que hay una mala intención, se amargue la vida sabiendo que usted no le hace caso, antes de que sea usted el que se amarga haciéndole caso. Lo que vemos o escuchamos no es lo que parece.
¿Qué hace que una persona vea lo que no es?
Cuando una persona interpreta el mundo solo desde su perspectiva, sin abrirse a las experiencias y emociones de otros, suele generar malestar tanto en ella como en quienes la rodean. Esto puede derivar en una tendencia a malinterpretar los actos o palabras de los demás, generando conflictos, sentimientos de frustración y desconexión.
Existen varias razones que explican por qué una persona podría adoptar esta actitud de forma persistente, y generalmente son factores internos y patrones aprendidos los que moldean esta visión parcializada del mundo.
Uno de los factores más comunes detrás de esta percepción limitada son las experiencias pasadas. Las vivencias difíciles, como la desconfianza, la traición o el rechazo, pueden marcar profundamente la forma en que alguien ve a los demás y el entorno en general.
Cuando una persona ha sido herida o se ha sentido vulnerable en repetidas ocasiones, puede desarrollar una especie de «alerta constante», donde está siempre pendiente de posibles amenazas, aun cuando estas no existan en realidad.
Este estado de defensa continua se convierte en un mecanismo protector que la persona activa, muchas veces sin siquiera darse cuenta. Por ejemplo, si alguien ha sido traicionado en una relación cercana, es probable que en relaciones futuras interprete cualquier señal ambigua como una posible traición, aunque la otra persona no tenga esa intención en absoluto.
Esta visión rígida puede hacer que reaccione a su interpretación de la situación en lugar de a la realidad objetiva, lo cual genera tensiones y malentendidos. Otro aspecto importante es la inseguridad o la autoestima baja.
Cuando alguien no se siente valorado o seguro de sí mismo, puede proyectar estas inseguridades en sus relaciones y percepciones. En este caso, es común que vea rechazo, críticas o intenciones negativas donde no existen.
Las malas interpretaciones
Si una persona insegura percibe que alguien no le presta suficiente atención, podría interpretar este hecho como una señal de rechazo o menosprecio, cuando en realidad la otra persona podría estar ocupada o distraída.
Este tipo de percepción no solo afecta a quien la experimenta, sino que también genera frustración en los demás, quienes pueden sentirse injustamente juzgados o incomprendidos. La falta de empatía y la rigidez mental también son elementos que contribuyen a esta visión unilateral del mundo.
La empatía, o la capacidad de ponerse en el lugar del otro, es esencial para comprender que las personas pueden tener intenciones, emociones y pensamientos distintos a los propios. Cuando una persona carece de empatía o no ha desarrollado plenamente esta habilidad, le cuesta entender que los demás no ven el mundo de la misma manera que ella, y esto la lleva a interpretar todas las acciones desde su perspectiva.
La rigidez mental, por otro lado, hace que alguien se aferre a sus propias ideas o creencias sin cuestionarlas, rechazando puntos de vista distintos. Por ejemplo, una persona con una mentalidad rígida podría pensar que sus ideas o decisiones son las únicas correctas, sin considerar que los demás tienen perspectivas válidas que podrían enriquecer la situación.
Esta postura puede hacer que actúe de forma inflexible, causando malestar y rechazo en los demás. El miedo al cambio y la necesidad de control son factores adicionales. Quienes sienten que su entorno está fuera de su control pueden intentar “controlarlo”.
Esto puede interpretar la realidad de manera que les resulte familiar y predecible, incluso si esto significa ver intenciones negativas o conflictivas. Al hacerlo, evitan el reto de cuestionar sus propias percepciones y, en cierto sentido, mantienen una sensación de estabilidad, aunque sea una estabilidad basada en la desconfianza o la tensión.
Cuando se crea una falsa seguridad
Este enfoque controlado y cerrado les da una falsa seguridad, pues los protege de la incertidumbre. Sin embargo, esto también limita sus experiencias y conexiones reales con otros, creando relaciones superficiales o tensas en las que el intercambio genuino es difícil.
Otra causa que refuerza esta visión es la comunicación limitada o ineficaz. Si una persona no tiene las habilidades de comunicación necesarias para expresar sus sentimientos y necesidades de manera clara y honesta, es probable que malinterprete las intenciones de los demás.
En lugar de hablar abiertamente sobre sus preocupaciones o preguntar por qué alguien actuó de cierta manera, tiende a asumir lo peor y actuar con base en esa suposición. Esto suele dar lugar a reacciones exageradas y conflictos evitables.
Por ejemplo, si una persona cree que alguien la ha ignorado a propósito en una conversación grupal, en lugar de preguntar directamente o considerar que pudo haber sido una distracción involuntaria, podría asumir que se trató de un desaire intencional.
Esta falta de comunicación directa hace que la persona construya una realidad basada en sus propias percepciones, lo cual genera resentimiento y distancia en las relaciones. Por último, los patrones aprendidos en la infancia juegan un papel fundamental.
Durante los primeros años de vida, las personas observan y absorben la forma en que los adultos a su alrededor interpretan y reaccionan ante el mundo. Si alguien creció en un ambiente donde sus cuidadores eran desconfiados, críticos o tendían a interpretar las acciones de los demás de manera negativa, es probable que adopte estos mismos patrones.
¿Es difícil cambiar de perspectiva?
Estos comportamientos aprendidos se vuelven parte de su modo de ver el mundo y, sin una reflexión consciente o trabajo personal, es difícil que la persona cambie esta perspectiva. Para mitigar esta tendencia, la autoconciencia y el desarrollo de la empatía son esenciales.
La autoconciencia permite que una persona identifique sus patrones de pensamiento y cuestione si sus interpretaciones son realmente precisas o si están siendo influenciadas por experiencias pasadas o inseguridades.
El desarrollo de la empatía, por su parte, le ayuda a ver las situaciones desde la perspectiva de los demás y a considerar que existen otras interpretaciones válidas. También, trabajar en la autoestima y en la apertura al cambio facilita que la persona deje de depender tanto de sus propias percepciones y sea más receptiva a los demás. Esto no solo reduce el malestar interno, sino que mejora las relaciones y la conexión genuina con los demás, creando un ambiente de confianza y entendimiento mutuo.