Voy perdiendo fe qué hacer para recuperar

Voy perdiendo fe. La vida de una persona le trae sorpresas que nunca se imagina, al punto, que cuando aparece dichas sorpresa, uno no sabe qué hacer y peor cuando es algo en contra de uno mismo. Por eso es en momentos en que uno deja de creer, en lo que supuestamente debe ser, o sea, en Dios.

Voy perdiendo fe, fue una frase que la dije en una circunstancia de mi vida, que pensé que todo había terminado para mí. Todos cuando se enteraron lo que me había pasado, me decían que eso era un producto de la falta de fe, por la cual Dios me había castigado.

Entonces muy intrigado sobre lo que me decían los dizque entendidos en la materia, pensé y pensé y como el tiempo pasó, entonces me hice la pregunta ¿Qué es la fe? La fe es creer en Dios me decían por ahí y por allá.

Mas intrigado aun quedé por la respuesta, porque yo si creía y si mi creencia era muy fuerte ¿Por qué entonces Dios me ha castigado? Buena pregunta y la respuesta de algunos fue, como que Dios era el causante de mi castigo y sólo él era el que sabía por qué lo hizo.Voy perdiendo fe qué hacer para recuperar

Hice un estudio interno y medité las razones de por qué Dios lo hizo (castigo) y por más que buscaba una razón no encontraba, pensé «Dios sí que es muy misterioso, entonces tendré que investigar cual es su misterio, de como hace Dios para encontrar una razón de como castigar a un hombre que lo único que hacía es trabajar»

Voy perdiendo fe

No soy un santo ni tampoco un profeta ni algo que se le parezca pero sí, estoy muy lejos de ser un demonio. Mi pecado fue trabajar 18 horas diarias en mi fábrica, ser un amante de mi esposa, no tener vicios, que hasta ahora no lo hago y ser muy justo con el personal, con el cual nunca tuve ningún problema de tipo laboral.

Con todo eso en mi haber, seguía con mi inquietud de saber cómo es que Dios busca la forma de dar un merecido castigo, a un malvado seguidor de él. Para esto seguía buscando y como no me convencía las respuestas que encontraba, busqué en libros y por más que leía más estaba convencido de que Dios fue injusto conmigo.

Ahora había la duda de ¿Y si Dios se equivocó una vez, lo podría hacer dos y si…? Que es muy posible que pase ya que no se da cuenta de a quién castiga, ya que eso es lo que pasa con todos los que menos se imaginan, que por un pequeño paso, resulta una tragedia que graba en la mente por algunos años.

Hasta ahí llegué con mi conclusión, sabiendo de antemano lo que Dios podría hacer con su juzgamiento, entonces ¿Cómo no iba a equivocarse conmigo si hay más de 7.000.000.000 de personas que esperan ser juzgadas? En aquel tiempo, en mi caso y como soy muy considerado, dejé de lado esa forma de tener fe, para no darle más trabajo a Dios.

Entre tantos libros que leí me fui convenciendo que en el único que se puede creer es en uno mismo, el saber que sólo tú o yo podemos encontrar todo lo que queramos, podemos ser los arquitectos de nuestra vida y que la verdadera fe, es creer en lo que no se ha visto y se espera que suceda, acompañado claro de meditación y paz interna y de esa forma no diré que voy perdiendo la fe.

¿Qué es la fe que tanto de habla hacia Dios?

Los misterios de Dios han fascinado y desafiado a la humanidad desde tiempos inmemoriales. La idea de un ser superior que guía, sostiene y trasciende nuestra comprensión es un tema que genera tanto reverencia como cuestionamiento.

Dentro de estos misterios, la fe ocupa un lugar central. Se habla de la fe como un acto de entrega y confianza hacia Dios, un lazo intangible que une al ser humano con lo divino. Sin embargo, también surgen preguntas profundas al reflexionar sobre la fe, el papel de Dios en nuestras vidas y nuestra propia responsabilidad en lo que nos ocurre.

La fe es un concepto poderoso. Se describe como la certeza de lo que no se ve, la confianza en algo mayor que nosotros mismos. Para muchas personas, la fe en Dios es una fuente de fortaleza, consuelo y esperanza. Es creer que, incluso en medio de la adversidad, hay un propósito divino detrás de todo lo que ocurre.

Sin embargo, esta idea lleva a una pregunta legítima: ¿es posible tener fe en uno mismo? Después de todo, si la fe es confianza, ¿por qué no confiar también en nuestras capacidades, decisiones y fuerza interior? Muchas interpretaciones religiosas sostienen que este poder viene de Dios, que Él es quien actúa a través de nuestra fe. Pero surge la duda: si creo que puedo mover montañas con mi esfuerzo, ¿No es eso también fe? Creer en nuestra capacidad para enfrentar desafíos y triunfar no niega la fe en Dios, sino que puede complementarla.

En este sentido, tener fe en uno mismo no necesariamente implica apartarse de lo divino, sino reconocer que somos herramientas en las manos de un poder mayor y que, al mismo tiempo, tenemos la libertad y responsabilidad de actuar.

¿Qué relación hay entre la fe y la acción?

La relación entre la fe y la acción es compleja. Creer en algo no es suficiente si no se traduce en esfuerzos concretos. Un agricultor puede tener fe en que Dios proveerá una buena cosecha, pero si no prepara la tierra ni siembra las semillas, esa fe carece de fundamento.

De manera similar, creer en uno mismo implica actuar con determinación, asumir riesgos y enfrentar el temor al fracaso. La fe en Dios y la fe en uno mismo no tienen por qué estar en conflicto; ambas pueden coexistir y fortalecerse mutuamente.

Al considerar los desafíos y sufrimientos de la vida, es común preguntarse si lo que nos ocurre es un castigo de Dios o si somos responsables de nuestro propio destino. Esta es una de las cuestiones más profundas que enfrenta la humanidad.

En muchas tradiciones religiosas, los castigos divinos se interpretan como formas de corrección o enseñanzas. Sin embargo, también es posible entender que las dificultades no son necesariamente una represalia, sino consecuencias de nuestras propias acciones o de las circunstancias naturales de la vida.

Atribuir todo lo que nos sucede a un castigo de Dios puede ser una forma de evitar asumir responsabilidad. Es más fácil culpar a una fuerza externa que enfrentar nuestras propias decisiones. Por ejemplo, si alguien enfrenta problemas financieros debido a una mala administración del dinero, culpar a Dios por esa situación no resolverá el problema.

Reconocer nuestra responsabilidad nos permite aprender, crecer y evitar cometer los mismos errores en el futuro. Esto no significa que Dios no tenga un papel en nuestras vidas, pero su influencia puede estar más relacionada con el ofrecimiento de oportunidades para mejorar que con la imposición de castigos.

Cuando no está en nuestras manos

Por otro lado, hay circunstancias que están fuera de nuestro control: desastres naturales, enfermedades, pérdidas inesperadas. En estos casos, culpar a Dios o a uno mismo puede ser una reacción natural, pero no siempre útil. Estas situaciones nos invitan a reflexionar sobre el sentido de la vida y nuestra capacidad de resiliencia.

La fe, ya sea en Dios o en uno mismo, puede ser una fuente de consuelo y fortaleza para enfrentar lo incierto. Volviendo a la pregunta sobre si tener fe en uno mismo es válido, la respuesta parece ser un rotundo sí. Creer en nuestras capacidades no niega la existencia de Dios ni minimiza su papel en nuestras vidas.

Al contrario, puede ser una forma de honrar el don de la vida y las habilidades que nos han sido dadas. Si Dios nos ha creado con talentos, inteligencia y emociones, confiar en nosotros mismos es una forma de reconocer y utilizar esos dones.

La fe en uno mismo es, en cierto sentido, una extensión de la fe en Dios, porque implica valorar lo que Él ha puesto en nosotros. La fe en uno mismo también nos permite tomar control de nuestra vida. Nos da la capacidad de enfrentar desafíos con valentía, buscar soluciones y aprender de los errores.

No significa que nunca fallaremos, pero sí que seremos capaces de levantarnos y seguir adelante. Esta fe personal puede coexistir con la fe en Dios, ya que ambas están orientadas a superar las adversidades y encontrar un propósito en la vida.

En cuanto a la relación entre lo que nos pasa y nuestra responsabilidad, es crucial diferenciar entre lo que podemos controlar y lo que no. Hay momentos en los que nuestras decisiones nos llevan a resultados positivos o negativos, y en esos casos, asumir la responsabilidad es esencial.

La fe y el sentido de la vida

Pero también hay situaciones en las que no tenemos control, como los actos de otros o los eventos inesperados. En estos casos, la fe puede ayudarnos a encontrar sentido y a seguir adelante sin caer en la desesperación. Culpar a Dios por lo que nos ocurre puede ser una forma de desviar nuestra atención de lo que realmente importa: cómo respondemos a las circunstancias.

En lugar de preguntarnos por qué nos sucede algo, podríamos enfocarnos en cómo podemos aprender, crecer y salir fortalecidos de la experiencia. La fe, tanto en Dios como en nosotros mismos, puede ser la herramienta que nos impulse a encontrar respuestas y a seguir adelante.

Es importante recordar que la fe no es una garantía de una vida sin problemas. Tanto en el ámbito espiritual como en el personal, la fe es una fuente de fuerza para enfrentar los desafíos, no una promesa de evitarlos. Dios, según muchas creencias, no elimina las dificultades de la vida, pero sí nos da los recursos para enfrentarlas.

Estos recursos pueden ser internos, como la fortaleza y la sabiduría, o externos, como el apoyo de otras personas y las oportunidades que surgen incluso en medio de la adversidad. Finalmente, la fe, en todas sus formas, es una elección.

Elegimos creer en Dios, en nosotros mismos, en el futuro o en una combinación de todo ello. Esta elección nos define y nos guía en cómo vivimos nuestras vidas. No es necesario que la fe en Dios y la fe en uno mismo estén separadas; pueden ser complementarias y enriquecer nuestra experiencia de vida.  Al tener fe en Dios, encontramos un propósito mayor. Al tener fe en nosotros mismos, descubrimos nuestra capacidad para actuar y enfrentar los desafíos con determinación.

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